jueves, 5 de diciembre de 2013

LA CELEBRACIÓN DEL DÍA DE LOS SANTOS: ENTRE  TRADICIÓN Y CULTURA

 Hace algunas semanas, con motivo de la celebración del Día de los Santos, que tuvo lugar el pasado 1 de noviembre, los alumnos de clase me contaban con total naturalidad cómo acudían con sus familias al Cementerio Municipal, donde se encuentran enterrados sus difuntos, para llevarles flores, limpiar los nichos y dar una vuelta a todos los demás del pueblo que allí descansan. Y no solo en una ocasión, sino varias veces durante los días que preceden a esta fecha; y con estas, me ciño literalmente a las mismas palabras que ellos emplearon. 
Yo, que nací  y crecí en la ciudad y no he visitado el Cementerio en la capital en ninguna ocasión con motivo de la Celebración de Los Santos, a pesar de que mis abuelos también toman allí su eterno descanso, quedé impresionada ante la invitación que ellos mismos me hacían para que les acompañara con el fin de conocer, in situ, lo que el Día de los Santos significaba en el pueblo. 
Así que me dispuse a averiguar de primera mano qué era aquello que, en principio, sonaba ciertamente siniestro pero que acabó por parecerme un encuentro familiar, social y cultural de lo más emotivo que había vivido en estos últimos años.





Al llegar al Cementerio de la localidad, alrededor de las ocho de la noche, encontré que todo estaba limpio, iluminado por cientos de velas, lleno de flores cuyo aroma se fundía con el de los gigantescos cipreses que custodiaban el Santo lugar, y, por supuesto, tal y como mis alumnos me habían descrito, las familias enteras iban paseando unidas, con discreción y sosiego, deteniéndose en los nichos, observando y comentando las fotografías de los finados que en ellos aparecían, observando la fecha de nacimiento y la su muerte y haciendo cuentas de cuántos años había vivido; buscaban su árbol genealógico en los nichos adyacentes, encendías las velas si estas, a causa de un golpe de viento de aquella fría noche de otoño, las terminaba apagando, para finalmente detenerse ante la sepultura, o algunos, los mejores avenidos del pueblo, ante el panteón , del familiar al que habían ido a rendirle su respeto, a ofrecerle sus oraciones y a recordarle, más si cabe, en un día de marcada tradición familiar y cultural que, sin dudarlo, trascenderá de padres a hijos como ya ha venido ocurriendo con mis propios alumnos.



He de decir que, con todos mis respetos y si ellos mismos me lo permiten, tuve la sensación de formar parte de esa gran familia que es un pueblo y, sin esperarlo, pero complacida,  me auné en el dolor por la pérdida de sus seres queridos como si fuesen los míos propios.

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